La hermana Rorena dice: “Después de pedir prestado ese libro de mi hermana, leí varios capítulos de palabras seguidas, me gustaría saber cómo poder lograr buenos resultados en la práctica espiritual. Vi un pasaje que decía: ‘Las personas creen en Dios, lo aman, y lo satisfacen cuando tocan el Espíritu de Dios con su corazón y, de ese modo, logran la satisfacción de Dios. Cuando contactan con corazón con las palabras de Dios, Su espíritu las conmueve. Si se quiere alcanzar una vida espiritual normal y establecer una relación normal con Dios, primero hay que entregarle el corazón a Dios y tranquilizar el corazón ante Él. Sólo después que se haya derramado el corazón ante Dios se puede, poco a poco, tener una vida espiritual normal. […] Si tu corazón se puede derramar en Dios, y mantenerse tranquilo delante de Él, tendrás la oportunidad, las cualificaciones, para que el Espíritu Santo te use, para recibir Su esclarecimiento e iluminación, y tendrás aún más la oportunidad de que el Espíritu Santo compense tus deficiencias. Cuando das tu corazón a Dios, puedes entrar de forma más profunda en el lado positivo, y estar en un plano más elevado de entendimiento; en el lado negativo, tendrás más entendimiento de tus propias faltas y deficiencias, estarás más dispuesto a buscar satisfacer la voluntad de Dios y, en un estado no pasivo, entrarás activamente, y esto significará que eres una persona correcta’("La Palabra manifestada en carne"). Mientras meditaba este pasaje comprendí que, si quería tener una vida espiritual normal, primero tenía que olvidarme de todas aquellas viejas normas y prácticas del pasado, apartar el corazón de todas las personas, circunstancias y cosas del mundo exterior y sosegarlo ante Dios, orarle, leer Sus palabras y meditarlas con honestidad de corazón. En cuanto a aquello que no entendiera, supe que tenía que orar y buscar más con Dios; no podía limitarme a echar un vistazo rápido a las palabras de Dios y dejarlas pasar. La única forma de recibir el esclarecimiento y la iluminación del Espíritu Santo y de entablar una relación normal con Dios pasaba por practicar de este modo. Cuando nos volcamos de corazón en las palabras de Dios, al final descubrimos si nos comportamos según nuestros deseos en aquello que nos encontramos en la vida o si practicamos de acuerdo con las palabras de Dios; descubrimos que hay cosas en las que no practicamos totalmente de acuerdo con la voluntad de Dios y que sigue habiendo en nosotros errores, defectos y demás. Cuando reflexionamos acerca de estas cosas, buscamos el sendero de práctica en las palabras de Dios y después lo incorporamos a nuestra vida, lo practicamos y entramos en él a fin de resolver nuestros problemas reales. Sólo una vida espiritual que pueda lograr esta clase de resultados es una auténtica devoción espiritual. Una vez que lo hube comprendido, comencé a practicar y a entrar en ella: cuando practicaba la devoción espiritual, oraba al Señor por todos los problemas y dificultades que me encontraba a diario y buscaba el sendero de práctica en las palabras del Señor. Cuando oraba, le contaba al Señor todo lo que había en mi corazón, le hablaba sinceramente, le confiaba todas mis dificultades prácticas y le pedía ayuda; mis oraciones ya no consistían en seguir unas normas, en llevar a cabo un rito religioso ni en decir las mismas palabras de siempre. Cuando leía las palabras de Dios, ya no importaba cuánto leía ni cuánto era capaz de memorizar. Me centraba, en cambio, en meditar y buscar la voluntad y las exigencias del Señor, reflexionaba sobre si practicaba o no de acuerdo con las palabras del Señor ante los problemas y, de no ser así, sobre por qué no lo hacía, sobre qué debería hacer la próxima vez que me topara con el mismo problema, y así sucesivamente. Después de practicar de este modo durante un tiempo, percibía que mi relación con el Señor era cada vez más normal, a menudo notaba el esclarecimiento y la orientación del Espíritu Santo al leer las palabras del Señor y, cuando oraba, me emocionaba y presentía claramente que el Señor escuchaba mis oraciones. ¡Gracias al Señor!”