Zhong Cheng
Como creyentes en el Señor, ¿tenemos el camino de la vida eterna?
El Señor Jesús dijo: “pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna” (Juan 4:14). Muchos hermanos y hermanas en el Señor leen la palabra del Señor y creen que Él tiene el camino de la vida eterna y que nos lo otorgó hace mucho tiempo. A lo largo de nuestros años de fe en el Señor hemos continuado confesando nuestros pecados y arrepintiéndonos de acuerdo con Sus enseñanzas, hemos sufrido y pagado las consecuencias de difundir Su evangelio, hemos pastoreado Sus iglesias, hemos cargado cruces para seguirlo, hemos sido pacientes y tolerantes con los demás y no hemos rechazado Su nombre cuando nos han sobrevenido desastres o persecuciones. Somos capaces de guardar la senda del Señor, por lo que ya tenemos el camino de la vida eterna y, cuando venga el Señor, nos elevará al reino de los cielos, donde recibiremos la vida eterna. No obstante, ¿es correcto este punto de vista? ¿Concuerda con la verdad?
En realidad, aunque seamos capaces de afanarnos, trabajar, abandonarlo todo, entregarnos, abrazar cruces y seguir al Señor, es innegable que aún somos esclavos controlados por el pecado y a menudo traicionamos las enseñanzas del Señor y hacemos cosas opuestas a Él. Por ejemplo, el Señor nos exige sencillez y honestidad, pero solemos mentir y engañar para proteger nuestros intereses, nuestra dignidad o nuestro estatus; el Señor nos exige tolerancia y paciencia hacia los demás y amarlos como a nosotros mismos, pero, cuando algo atenta contra nuestros intereses, discutimos por minucias e incluso nos ofendemos o envidiamos a los demás. El Señor nos exige que lo amemos con todo nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma, pero, cuando predicamos y trabajamos, con frecuencia no hacemos todo lo posible por enaltecer al Señor y dar testimonio de Él, por tener en consideración Su carga y hacer que nuestros hermanos y hermanas comprendan la voluntad de Dios; por el contrario, solemos presumir y exhibirnos, intentamos que nuestros hermanos y hermanas nos respeten y admiren y procuramos atraer a los demás ante nosotros. Y pese a abandonar nuestro hogar y profesión y difundir el evangelio allá donde podamos, a menudo llevamos la cuenta de nuestros afanes como vía para negociar con el Señor y asegurarnos una parte de las bendiciones del reino de los cielos. Aunque muchas veces lloremos de agonía al confesar nuestros pecados al Señor, después seguimos pecando con frecuencia y vivimos atrapados en un círculo vicioso de pecado y confesión, incapaces de vencer la esclavitud del pecado. Con ello, ¿no estamos todavía en nuestro estado corrupto por naturaleza? El Señor Jesús dijo: “En verdad, en verdad os digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado; y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí permanece para siempre” (Juan 8:34-35). La Biblia afirma: “Porque la paga del pecado es muerte […]” (Romanos 6:23). Dios es santo y los inmundos y corruptos tienen prohibida la entrada en Su reino. Aunque aparentemente lo abandonemos todo y nos entreguemos al Señor, continuamos siendo esclavos del pecado y nuestro destino final sigue siendo el olvido y la aniquilación. ¿Cómo podemos decir que hemos recibido el camino de la vida eterna?
Por qué aún no tenemos el camino de la vida eterna
Puede que algunos hermanos y hermanas estén confundidos a estas alturas, pues el Señor Jesús manifestó: “Pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna” (Juan 4:14). El Señor Jesús es la fuente del agua viva, tiene el camino de la vida eterna y nosotros creemos en el Señor, leemos Su palabra y practicamos Sus enseñanzas, pero ¿por qué aún nos falta el camino de la vida eterna, que puede purificarnos y transformarnos?
Para comprender esta cuestión, primero debemos entender la obra del Señor Jesús y su resultado. Cuando el Señor Jesús apareció para obrar, los israelitas vivían en pecado, eran incapaces de guardar las leyes de Jehová y corrían el riesgo de ser condenados a muerte en virtud de ellas. El Señor Jesús vino, enseñó la senda de “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17), enseñó a la gente a confesar sus pecados y arrepentirse y, al final, a semejanza de la carne pecadora, fue crucificado en sacrificio por los pecados de la humanidad, culminando así Su obra de redención de la misma. Con ello vemos que, aunque sin duda el Señor Jesús tenía el camino de la vida eterna, sólo nos otorgó, según la estatura espiritual y las necesidades de la gente de aquel tiempo, el camino del arrepentimiento y no expresó el camino de la vida eterna, por el que las personas pueden ser libradas del pecado y purificadas completamente.
Tal como dice la palabra de Dios: “En su momento, Jesús solo les dio a Sus discípulos una serie de sermones en la Era de la Gracia relativos a cómo practicar, cómo reunirse, cómo suplicar en oración, cómo tratar a los demás, etc. La obra que Él llevó a cabo fue la de la Era de la Gracia y solo explicó cómo debían practicar los discípulos y los que lo seguían. Él realizó únicamente la obra de la Era de la Gracia y nada de la obra de los últimos días. […] La obra de Dios en cada era tiene límites claros; Él sólo realiza la obra de la era presente, no la de la siguiente era de antemano. Solo así puede ponerse de manifiesto Su obra representativa de cada era. Jesús solo habló de las señales de los últimos días, de cómo ser paciente y cómo ser salvado, de cómo arrepentirse y confesar, y de cómo cargar la cruz y soportar el sufrimiento; Él nunca habló de cómo debe el hombre lograr la entrada en los últimos días ni de cómo debe buscar satisfacer la voluntad de Dios” (‘¿Cómo puede el hombre que ha delimitado a Dios con sus nociones recibir Sus revelaciones?’ en “La Palabra manifestada en carne”). “Por todo lo que el hombre pueda haber sido redimido y perdonado de sus pecados, sólo puede considerarse que Dios no recuerda sus transgresiones y no lo trata de acuerdo con estas. Sin embargo, cuando el hombre, que vive en un cuerpo de carne, no ha sido liberado del pecado, sólo puede continuar pecando, revelando, interminablemente, su carácter satánico corrupto. Esta es la vida que el hombre lleva, un ciclo sin fin de pecado y perdón. La mayor parte de la humanidad peca durante el día y se confiesa por la noche. Así, aunque la ofrenda por el pecado siempre sea efectiva para el hombre, no podrá salvarlo del pecado. Sólo se ha completado la mitad de la obra de salvación, porque el hombre sigue teniendo un carácter corrupto” (‘El misterio de la encarnación (4)’ en “La Palabra manifestada en carne”).
En la palabra de Dios vemos que el Señor Jesús sólo nos exigió cosas como confesar los pecados y arrepentirnos, dejar de pecar, abandonarnos, abrazar la cruz y seguirlo a Él, amarlo con todo nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma, amar al prójimo como a nosotros mismos, ser humildes, tolerantes y pacientes con los demás y perdonarlos “setenta veces siete”. Cuando empezamos a creer en el Señor, siempre y cuando le oremos, confesemos nuestros pecados y nos arrepintamos, se nos perdonan los pecados. Sin embargo, es innegable que las actitudes satánicas que nos hacen pecar están hondamente arraigadas en nosotros: la arrogancia, el egoísmo, la malicia, la codicia, la maldad… Estas actitudes satánicas nos controlan y, aunque aparentemente podamos hacer buenas acciones, esto no supone una transformación de carácter. Al relacionarnos con otras personas, por ejemplo, aún somos capaces de ser maliciosos y engañar. O cuando suceden cosas que no concuerdan con nuestras nociones, solemos culpar y juzgar a Dios. En 2000 años, todos los creyentes en el Señor han sido incapaces de escapar a la esclavitud del pecado por muy bien que hayan confesado, arrepentido, afanado y trabajado, y ninguno ha logrado transformar su carácter de vida. Esto es innegable. Así pues, ni hemos sido librados del pecado y purificados completamente ni hemos recibido el camino de la vida eterna.
El camino de la vida eterna no es algo que simplemente hace que confesemos nuestros pecados y nos arrepintamos, sino el camino de la verdad que nos permite vivir eternamente. Esto significa que puede corregir completamente nuestra naturaleza pecaminosa; salvarnos al permitir que escapemos a la influencia de Satanás y nos deshagamos de nuestro carácter corrupto; posibilitar que nos purifiquemos y alcancemos la salvación completa de Dios, por la que nos hacemos compatibles con Él y Él nos conquista plenamente. Esta clase de senda es el camino de la vida eterna. Quienes reciben el camino de la vida eterna como su vida, tienen auténtico conocimiento de Dios, son capaces de temer a Dios y evitar el mal, de obedecer, adorar y amar verdaderamente a Dios, son plenamente compatibles con Él y hacen Su voluntad son los que recibirán la promesa y las bendiciones de Dios y serán aptos para entrar en el reino de los cielos.
Cómo recibir el camino de la vida eterna
Entonces, ¿cómo podemos recibir el camino de la vida eterna? En realidad, el camino de la vida eterna es lo que nos trae el Señor Jesús a Su regreso. El Señor Jesús ha profetizado muchas veces que regresará y lo hará para traernos el camino de la vida eterna para que podamos recibirla. El Señor Jesús profetizó: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir” (Juan 16:12-13). “Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo; porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo juzgue; la palabra que he hablado, esa lo juzgará en el día final” (Juan 12:47-48). Estas profecías nos advierten que, en los últimos días, el Señor Jesús regresará para expresar la verdad, realizar la obra del juicio, que comienza por la casa de Dios, corregir nuestra naturaleza pecaminosa y posibilitar que escapemos totalmente a la esclavitud del pecado, vivamos las realidades de la palabra de Dios y recibamos vida eterna. En otras palabras, antes de que Dios nos salve y otorgue la vida, primero nos redimió del pecado al permitirnos recibir la redención del Señor Jesús y, sobre esta base, de nuevo nos otorgará una verdad con la que ya no padeceremos la esclavitud y las limitaciones de nuestra naturaleza pecaminosa, nos purificaremos, transformaremos nuestro carácter corrupto y nos convertiremos en personas recién creadas. Por tanto, si deseamos recibir el camino de la vida eterna, debemos aceptar la obra del Señor Jesús retornado y la verdad expresada por Él en los últimos días y seguir las huellas del Cordero.
Demos gracias a Dios por Su esclarecimiento y guía. Que todos nos esforcemos por orar a Dios y buscar la verdad más a menudo y que con Su guía podamos recibir el camino de la vida eterna. ¡Amén!
Para conocer más: Que es la vida eternaLas escrituras tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation usado con permiso. www.LBLA.com.
Fuente: Iglesia de Dios Todopoderoso
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