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Contemplando la aparición de Dios en Su juicio y Su castigo

 Como los otros cientos de millones que siguen al Señor Jesucristo, nosotros acatamos las leyes y los mandamientos de la Biblia, gozamos la abundante gracia del Señor Jesucristo y nos reunimos, oramos, alabamos y servimos en el nombre del Señor Jesucristo, y todo esto lo hacemos bajo el cuidado y la protección del Señor. Muchas veces somos débiles y otras tantas también somos fuertes. Creemos que todas nuestras acciones están en conformidad con las enseñanzas del Señor. Se sobreentiende, entonces, que también creemos que nos encontramos en la senda de hacer la voluntad del Padre que está en el cielo. Anhelamos el regreso del Señor Jesús, Su glorioso descenso, el fin de nuestra vida en la tierra, la aparición del reino, y todo lo que se predijo en el Libro del Apocalipsis: el Señor llega, Él trae el desastre, recompensa a los buenos y castiga a los malvados, y se lleva en los aires a los que lo siguen y acogen Su regreso para que se encuentren con Él. Cuando pensamos en esto, no podemos evitar que nos embargue la emoción y nos llenemos de gratitud por haber nacido en los últimos días y tener la buena fortuna de ser testigos de la venida del Señor. Aunque hayamos sufrido persecución, hemos recibido a cambio “un peso de gloria que supera a todo y es eterno”. ¡Qué bendición! Todo este anhelo y la gracia que otorga el Señor constantemente nos hace más serios en la oración y nos vuelve más diligentes para reunirnos. Tal vez el año que entra, tal vez mañana y tal vez incluso en un lapso más corto del que puede concebir el hombre, el Señor descenderá de repente y aparecerá entre un grupo de personas que han estado esperándolo con ansiosa inquietud. Nos apresuramos para adelantarnos a los demás, nadie está dispuesto a quedarse atrás, todo con el fin de poder ser del primer grupo en contemplar la aparición del Señor, de estar entre aquellos que sean arrebatados. Lo hemos dado todo, sin importar el costo, para la venida de este día. Algunos han abandonado sus trabajos; otros han abandonado sus familias; algunos han renunciado al matrimonio; y otros hasta han donado todos sus ahorros. ¡Qué actos de devoción tan desinteresados! ¡Semejante sinceridad y lealtad incluso superan la de los santos de eras pasadas! Así como el Señor concede gracia sobre quien Él desea, y muestra misericordia a quien Él le place, nuestros actos de devoción y nuestro esfuerzo, creemos, Sus ojos ya los han contemplado hace mucho. Así, también, nuestras sentidas oraciones han alcanzado Sus oídos, y confiamos en que el Señor nos recompensará por nuestra dedicación. Además, Dios ha sido misericordioso para con nosotros antes de crear el mundo, y nadie nos quitará Sus bendiciones y Sus promesas. Todos estamos planeando para el futuro y damos por sentado que nuestra dedicación y esfuerzo son moneda de cambio o capital que intercambiar para ser arrebatado para encontrarnos con el Señor en el aire. Es más, sin el menor titubeo, nos ubicamos en el trono del futuro, para presidir sobre todas las naciones y pueblos o reinar como reyes. Todo esto lo damos por hecho, como algo que se espera.

Despreciamos a todos los que están en contra del Señor Jesús; el final de todos ellos será ser aniquilados. ¿Quién les dijo que no creyeran que el Señor Jesús es el Salvador? Por supuesto, hay veces en que imitamos al Señor Jesús al ser compasivos con las personas del mundo, porque no entienden y es correcto que seamos tolerantes e indulgentes con ellos. Todo lo que hacemos está de acuerdo con las palabras de la Biblia, porque todo lo que no es conforme a la Biblia es heterodoxia y herejía. Este tipo de creencia está profundamente arraigada en la mente de cada uno de nosotros. Nuestro Señor está en la Biblia, y si no nos apartamos de ella no nos apartaremos del Señor; si acatamos este principio, obtendremos la salvación. Nos animamos entre nosotros, nos apoyamos mutuamente, y cada vez que nos reunimos esperamos que todo lo que digamos y hagamos esté de acuerdo con la voluntad del Señor y sea aceptado por el Señor. A pesar de la terrible hostilidad de nuestro ambiente, nuestros corazones están llenos de deleite. Cuando pensamos en las bendiciones que están tan cómodamente a nuestro alcance, ¿hay algo que no podamos dejar de lado? ¿Algo de lo que seamos reacios a separarnos? Todo esto no hace falta ni decirlo, yace ante los ojos vigilantes de Dios. Nosotros, este puñado de necesitados que hemos sido levantados del muladar, somos como todos los seguidores ordinarios del Señor Jesús, soñamos con el arrebatamiento, con ser bendecidos y gobernar a todas las naciones. Nuestra corrupción se ha puesto al descubierto ante los ojos de Dios, y nuestros deseos y nuestra avaricia han sido condenados a ojos de Dios. Sin embargo, todo esto sucede con tal normalidad y lógica, que ninguno de nosotros nos preguntamos si nuestros deseos son correctos y, menos aún, dudamos de la exactitud de todo a lo que nos aferramos. ¿Quién puede conocer la voluntad de Dios? Qué clase de senda recorre el hombre exactamente, no sabemos buscar o explorar, e investigar nos interesa menos aún. Porque solo nos interesa si podremos ser arrebatados, si podemos ser bendecidos, si hay un lugar para nosotros en el reino de los cielos y si vamos a tener una parte del agua del río de la vida y del fruto del árbol de la vida. ¿No creemos acaso en el Señor y nos convertimos en Sus seguidores en aras de ganar estas cosas? Nuestros pecados han sido perdonados, nos hemos arrepentido, hemos bebido de la amarga copa de vino y hemos puesto la cruz en nuestra espalda. ¿Quién puede decir que el Señor no aceptará el precio que hemos pagado? ¿Quién puede decir que no hemos preparado suficiente aceite? No deseamos ser esas vírgenes insensatas o uno de los que son abandonados. Más aún, oramos constantemente, le pedimos al Señor que nos guarde de que los falsos cristos nos engañen, porque está escrito en la Biblia que, “Entonces, si algún hombre os dice: Ved, acá está Cristo, o ahí; no lo creáis. Porque aparecerán falsos cristos y profetas, y estos os mostrarán grandes signos y maravillas; de tal manera que, si fuera posible, engañarán incluso a los elegidos” (Mateo 24:23-24). Todos nos hemos aprendido estos versículos de la Biblia, nos los sabemos de memoria, y los vemos como un tesoro precioso, como vida, y como una carta de credenciales que decide si podemos ser salvados o arrebatados…

Durante miles de años, los vivos han muerto, llevándose con ellos sus anhelos y sus sueños, pero en cuanto a si se han ido al reino de los cielos, eso nadie lo sabe. Los muertos vuelven, habiendo olvidado todas las historias que una vez ocurrieron y siguen las enseñanzas y las sendas de los antepasados. Y de esta manera, a medida que pasan los años y transcurren los días, nadie sabe si nuestro Señor Jesús, nuestro Dios, realmente acepta todo lo que hacemos. Lo único que podemos hacer es esperar ansiosos un desenlace y especular acerca de todo lo que sucederá. Sin embargo, Dios ha guardado Su silencio todo el tiempo, nunca se nos ha aparecido ni nos ha hablado. Y de esta manera, siguiendo la Biblia y según las señales, juzgamos deliberadamente la voluntad de Dios y Su carácter. Nos hemos acostumbrado al silencio de Dios; nos hemos acostumbrado a medir los aciertos y las equivocaciones de nuestra conducta usando nuestra propia manera de pensar; nos hemos acostumbrado a confiar en nuestro conocimiento, nociones y ética moral en lugar de las demandas que nos hace Dios; nos hemos acostumbrado a gozar de la gracia de Dios; nos hemos acostumbrado a que nos ayude siempre que lo necesitemos; nos hemos acostumbrado a extenderle la mano a Dios para todas las cosas y a darle órdenes; también nos hemos acostumbrado a conformarnos a las regulaciones, sin poner atención a cómo nos guía el Espíritu Santo; e incluso nos hemos acostumbrado a los días en que somos nuestro propio señor. Creemos en un Dios como este, a quien nunca hemos conocido cara a cara. Preguntas sobre cómo es Su carácter, que tiene y es, sobre cómo es Su imagen, si lo conoceremos o no cuando Él venga, etc., ninguna de ellas es importante. Lo importante es que Él está en nuestros corazones y que todos lo esperamos, y es suficiente con que podamos imaginar que Él es esto o aquello. Valoramos nuestra fe y atesoramos nuestra espiritualidad. Vemos todo como estiércol y pisamos todas las cosas bajo nuestros pies. Como somos creyentes del glorioso Señor, no importa qué tan largo y penoso sea el viaje, no importa qué dificultades y peligros nos acontezcan, nada puede detener nuestros pasos mientras seguimos al Señor. “Un río puro de agua de vida, clara como el cristal, brotó del trono de Dios y del Cordero. A cada lado del río estaba el árbol de la vida que tenía 12 clases de frutos y que daba frutos cada mes, y las hojas del árbol eran para la sanación de las naciones. Y no habrá más maldiciones, pero el trono de Dios y del Cordero estará ahí y Sus siervos lo servirán; y ellos verán Su rostro; y Su nombre estará grabado en sus frentes. Y no habrá noche ahí; y no necesitarán velas, ni tampoco la luz del sol; porque el Señor Dios les da luz y ellos reinarán por siempre y para siempre” (Apocalipsis 22:1-5). Cada vez que cantamos estas palabras, nuestros corazones rebosan de un gozo y satisfacción sin límites, y las lágrimas corren por nuestros ojos. Demos gracias al Señor por escogernos, demos gracias al Señor por Su gracia. Él nos ha dado cien veces en esta vida y la vida eterna en el mundo venidero. Si Él nos pidiera morir hoy, lo haríamos sin la menor queja. ¡Oh, Señor! ¡Por favor, ven pronto! Considerando la desesperación con que te anhelamos y que hemos renunciado a todo por Ti, no tardes ni un minuto ni un segundo más.

Dios guarda silencio y nunca se nos ha aparecido, sin embargo, Su obra nunca se ha detenido. Él inspecciona toda la tierra y manda sobre todas las cosas y contempla todas las palabras y acciones del hombre. Su gestión es conducida con pasos mesurados, y de acuerdo con Su plan, silenciosamente y sin un efecto dramático, pero Sus pasos avanzan cada vez más cerca de la humanidad, y Su tribunal se despliega en el universo a la velocidad de la luz, tras lo cual su trono desciende inmediatamente en mitad de nosotros. ¡Qué escena tan majestuosa es esta; qué cuadro tan imponente y solemne! Como una paloma, como un león rugiente, el Espíritu viene entre nosotros. Es sabiduría, es justicia y majestad, y Él llega entre nosotros subrepticiamente, ejerciendo autoridad y lleno de amor y misericordia. Nadie es consciente de Su llegada ni la acoge y, es más, nadie sabe todo lo que Él está a punto de hacer. La vida del hombre sigue sin cambios; su corazón no es diferente y los días transcurren como siempre. Dios vive entre nosotros, un hombre como cualquier otro, como uno de los seguidores más insignificantes y un creyente corriente. Él tiene Sus propias búsquedas, Sus propias metas y, es más, tiene una divinidad que ningún hombre ordinario posee. Nadie se ha dado cuenta de la existencia de Su divinidad, ni nadie ha percibido la diferencia entre Su esencia y la del hombre. Vivimos junto con Él, sin restricciones y sin temor, porque a nuestros ojos no es más que un creyente insignificante. Él observa todos nuestros movimientos, y todos nuestros pensamientos e ideas están expuestos ante Él. A nadie le interesa Su existencia; nadie se imagina nada sobre Su función y, es más, nadie tiene la menor sospecha sobre Su identidad. Lo único que hacemos es continuar con nuestras búsquedas como si Él no tuviera nada que ver con nosotros…

Por casualidad, el Espíritu Santo expresa un pasaje de palabras “por medio” de Él, y aunque parezca muy inesperado, sin embargo, lo reconocemos como una declaración de Dios y sin problemas lo aceptamos como de Dios. Esto es porque, independientemente de quién exprese estas palabras, siempre que vengan del Espíritu Santo las debemos aceptar y no las podemos negar. La siguiente declaración podría venir a través de mí, o a través de ti o de alguien más. Quienquiera que sea, todo es la gracia de Dios. Sin embargo, no importa quién sea, no podemos adorar a esta persona porque en cualquier caso, esta persona no puede ser Dios y por ningún motivo podemos escoger a una persona ordinaria como esa para que sea nuestro Dios. Nuestro Dios es demasiado grande y honorable; ¿cómo alguien tan insignificante podría representarlo? Es más, todos estamos esperando a que venga Dios y nos lleve de regreso al reino de los cielos, entonces, ¿cómo podría alguien tan insignificante ser apto para una tarea tan importante y ardua? Si el Señor viene otra vez, debe ser en una nube blanca, para que lo vean todas las multitudes. ¡Qué glorioso será eso! ¿Cómo es posible que Él pueda esconderse subrepticiamente entre un grupo de personas corrientes?

Y sin embargo es esta persona ordinaria, escondida entre la gente, la que está haciendo la nueva obra de salvarnos. Él no nos ofrece explicaciones, ni nos dice por qué ha venido, sino que simplemente hace con pasos mesurados la obra que tiene la intención de hacer, y de acuerdo con Su plan. Sus palabras y declaraciones cada vez se hacen más frecuentes. De consolar, exhortar, recordar y advertir a reprochar y disciplinar; en un tono gentil y amable, a palabras que son temibles y majestuosas. Todo le confiere compasión al hombre y le infunde estremecimiento. Todo lo que dice tiene un fuerte efecto en los secretos que están profundamente escondidos dentro de nosotros; Sus palabras lastiman nuestros corazones, nuestros espíritus, y nos dejan llenos de una vergüenza insoportable, apenas sabiendo dónde escondernos. Comenzamos a preguntarnos si el Dios que está en el corazón de esta persona realmente nos ama, y qué es exactamente lo que pretende. ¿Será que tal vez solo podremos ser arrebatados después de soportar tales sufrimientos? En nuestra mente estamos calculando… acerca del destino que está por venir y acerca de nuestra suerte futura. Aun así, tal como antes, ninguno de nosotros cree que Dios se ha hecho carne y ya ha obrado entre nosotros. Aunque nos ha acompañado mucho tiempo, aunque ya ha hablado muchas palabras cara a cara con nosotros, todavía no estamos dispuestos a aceptar a un hombre tan común como el Dios de nuestro futuro, y mucho menos estamos dispuestos a confiarle el control de nuestro futuro y destino a esta persona insignificante. De Él disfrutamos una provisión sin fin de agua viva, y a través de Él vivimos cara a cara con Dios. Pero solo somos agradecidos por la gracia del Señor Jesús que está en el cielo y nunca hemos puesto atención a los sentimientos de esta persona ordinaria que posee la divinidad. Sin embargo, como antes, Él hace Su obra escondido humildemente en la carne, expresando la voz de Su corazón interior, como si fuera insensible al rechazo de la humanidad, como si perdonara eternamente el infantilismo del hombre y su ignorancia, y fuera siempre tolerante con la irreverente actitud del hombre hacia Él.

Sin que nosotros lo sepamos, este hombre insignificante nos ha introducido un paso tras otro en la obra de Dios. Sufrimos un sinnúmero de pruebas, soportamos innumerables castigos y somos probados por la muerte. Aprendemos del carácter justo y majestuoso de Dios; disfrutamos, también, Su amor y compasión, y llegamos a valorar el gran poder y sabiduría de Dios; somos testigos de la hermosura de Dios y contemplamos el deseo ansioso de Dios de salvar al hombre. En las palabras de esta persona ordinaria, llegamos a conocer el carácter y la esencia de Dios, a entender la voluntad de Dios, a conocer la esencia-naturaleza del hombre, y a ver el camino de salvación y perfección. Sus palabras nos hacen “morir” y nos hacen “volver a nacer”; Sus palabras nos dan consuelo, pero también nos atormentan con la culpa y un sentimiento de deuda; Sus palabras nos dan alegría y paz, pero también nos causan infinito dolor. A veces somos como ovejas al matadero en Sus manos; a veces somos como la niña de Sus ojos y gozamos Su tierno amor; a veces somos como Sus enemigos, y ante Su mirada nos convertimos en ceniza por Su ira. Somos la raza humana a la que Él salvó; somos gusanos a Sus ojos, y somos los corderos perdidos que noche y día se empeña en encontrar. Él es misericordioso con nosotros, nos desprecia, nos levanta, nos consuela y nos exhorta, nos guía, nos esclarece, nos castiga y nos disciplina, y hasta nos maldice. Nunca deja de preocuparse por nosotros, noche y día, nos protege y cuida y nunca se aparta de nuestro lado, sino que derrama toda la sangre de Su corazón y paga cualquier precio por nosotros. Entre las declaraciones de este pequeño y común cuerpo de carne, hemos gozado la totalidad de Dios y contemplado el destino que Dios nos ha concedido. No obstante, la vanidad todavía crea problemas en nuestro corazón, y todavía seguimos sin estar dispuestos a aceptar activamente a una persona así como nuestro Dios. Aunque nos ha dado tanto maná, tanto para disfrutar, nada de esto puede ocupar el lugar del Señor en nuestro corazón. Honramos la identidad y el estatus especiales de esta persona solo con gran renuencia. Mientras Él no abra Su boca para pedirnos que reconozcamos que Él es Dios, nunca nos encargaríamos de reconocerlo como el Dios que pronto llegará y que sin embargo ha estado obrando entre nosotros hace tiempo.

Dios continúa con Sus declaraciones, y Él emplea varios métodos y perspectivas para advertirnos sobre qué debemos hacer mientras, al mismo tiempo, da voz a Su corazón. Sus palabras llevan la energía de la vida, nos muestran el camino que debemos recorrer y nos permiten entender cuál es la verdad. Nos empiezan a atraer Sus palabras, comenzamos a enfocarnos en el tono y la manera en la que habla, y subconscientemente comenzamos a interesarnos en los sentimientos internos de esta persona que no tiene nada de especial. Vierte la sangre de su corazón al obrar para nosotras, pierde el sueño y el apetito por nosotros, llora por nosotros, suspira por nosotros, se queja en la enfermedad por nosotros, sufre humillación por el bien de nuestro destino y salvación, y nuestra insensibilidad y rebeldía le arrancan lágrimas y sangre del corazón. Esta forma de ser y de tener no pertenece a ninguna persona corriente y ninguno de los seres humanos corruptos las puede poseer o conseguir. Muestra una tolerancia y paciencia que no tiene ninguna persona ordinaria, y Su amor no lo posee ningún ser creado. Nadie excepto Él puede saber todos nuestros pensamientos, o tener un conocimiento tan claro y completo de nuestra naturaleza y esencia, o juzgar la rebeldía y corrupción de la humanidad, o hablarnos y obrar entre nosotros así en nombre del Dios del cielo. Nadie aparte de Él está dotado de la autoridad, la sabiduría y la dignidad de Dios; el carácter de Dios, y lo que Él tiene y es, emana en su totalidad de Él. Nadie salvo Él nos puede mostrar el camino y traernos la luz. Nadie salvo Él puede revelar los misterios que Dios no ha revelado desde la creación hasta el día de hoy. Nadie salvo Él nos puede salvar de la esclavitud de Satanás y de nuestro carácter corrupto. Él representa a Dios, expresa el corazón interior de Dios, las exhortaciones de Dios y Sus palabras de juicio hacia toda la humanidad. Él ha comenzado una nueva época, una nueva era, y ha iniciado un nuevo cielo y una nueva tierra, una nueva obra, y nos ha traído esperanza, poniendo fin a la vida que llevábamos en la indefinición, y permitiendo a nuestro ser por entero, con total claridad, contemplar el camino de salvación. Él ha conquistado todo nuestro ser y ha ganado nuestro corazón. Desde ese momento en adelante, nuestra mente se hace consciente y nuestro espíritu parece haber sido revivido: esta persona ordinaria e insignificante, que vive entre nosotros y a la que hemos rechazado desde hace ya mucho tiempo, ¿no es este el Señor Jesús, que siempre está en nuestros pensamientos, despiertos o soñando, y a quien anhelamos noche y día? ¡Es Él! ¡Realmente es Él! ¡Él es nuestro Dios! ¡Él es la verdad, el camino y la vida! Él nos ha permitido vivir otra vez y ver la luz, y ha evitado que nuestro corazón se desvíe. Hemos regresado a la casa de Dios, hemos regresado ante Su trono, estamos cara a cara con Él, hemos sido testigos de Su rostro, y hemos visto el camino que está por delante. Ahora, Él ha conquistado nuestros corazones por completo; ya no dudamos quién es Él, ni nos oponemos a Su obra y Su palabra y nos postramos completamente ante Él. No queremos otra cosa que seguir las huellas de Dios por el resto de nuestras vidas, y ser hechos perfectos por Él, y recompensarle por Su gracia, y recompensar Su amor por nosotros, y obedecer Sus arreglos y disposiciones, y cooperar con Su obra, y hacer todo lo que podamos para completar lo que Él nos confíe.

Ser conquistado por Dios es como una lucha de artes marciales.

Cada una de las palabras de Dios golpea uno de nuestros puntos mortales y nos deja doloridos y llenos de temor. Él expresa nuestras nociones, nuestras imaginaciones, y nuestro carácter corrupto. Desde lo que decimos y hacemos, hasta cada uno de nuestros pensamientos e ideas, nuestra esencia-naturaleza se revelan en Sus palabras, lo que nos coloca en un estado de miedo y temblando sin tener donde esconder nuestra vergüenza. Uno a uno, nos dice sobre todas nuestras acciones, nuestras metas e intenciones, hasta el carácter corrupto que nunca hemos descubierto, haciéndonos sentir expuestos en toda nuestra miserable imperfección e incluso completamente convencidos. Nos juzga por oponernos a Él, nos castiga porque blasfemamos y lo condenamos, y nos hace sentir que a Sus ojos no tenemos ni un rasgo redentor, y que somos el Satanás viviente. Nuestras esperanzas se truncan; ya no nos atrevemos a hacerle ninguna demanda irrazonable ni a crearnos esperanzas sobre Él, y hasta nuestros sueños se desvanecen de la noche a la mañana. Este es un hecho que ninguno de nosotros se puede imaginar y que ninguno de nosotros puede aceptar. Por espacio de un momento, perdemos nuestro equilibrio interno y no sabemos cómo continuar en el camino que está por delante, ni cómo continuar en nuestras creencias. Parece como si nuestra fe volviera a empezar desde cero, y como si nunca hubiéramos conocido al Señor Jesús ni nos hubiéramos familiarizado con Él. Todo lo que está delante de nuestros ojos nos llena de perplejidad y nos hace vacilar indecisos. Estamos consternados, estamos desilusionados, y en lo profundo de nuestro corazón hay una ira y una vergüenza irreprimibles. Tratamos de desahogarnos, de encontrar una salida y, es más, tratamos de seguir esperando a nuestro Salvador Jesús, para poder derramar nuestro corazón en Él. Aunque hay veces en las que desde fuera parece que estamos en una situación ecuánime, ni altivos ni humildes, en nuestro corazón nos aflige un sentimiento de pérdida que nunca hemos sentido antes. Aunque a veces podamos parecer inusualmente calmados por fuera, nuestras almas rugen como torturadas por un mar tormentoso. Su juicio y Su castigo nos han despojado de todas nuestras esperanzas y sueños, poniendo fin a nuestros deseos extravagantes, y dejándonos reacios a creer que Él es nuestro Salvador y es capaz de salvarnos. Su juicio y Su castigo han abierto un abismo entre nosotros y Él, tan profundo que nadie siquiera está dispuesto a cruzarlo. Con Su juicio y Su castigo es la primera vez que hemos sufrido un gran revés y una gran humillación en nuestras vidas. Su juicio y Su castigo han provocado que apreciemos realmente el honor de Dios y la intolerancia de la ofensa del hombre, comparado con lo cual somos demasiado bajos e impuros. Su juicio y Su castigo nos han hecho darnos cuenta por primera vez lo arrogantes y pretenciosos que somos, y cómo el hombre nunca será igual a Dios ni estará a la par de Dios. Su juicio y Su castigo nos han hecho anhelar dejar de vivir en semejante carácter corrupto, deshacernos de esta esencia-naturaleza tan pronto como sea posible, y dejar de ser viles y detestables para Él. Su juicio y Su castigo nos han hecho sentir felices de obedecer Sus palabras, dejar de rebelarnos contra Sus arreglos y disposiciones. Su juicio y Su castigo nos han dado una vez más el deseo de sobrevivir, y nos hicieron sentir felices de aceptarlo como nuestro Salvador… Nos hemos salido de la obra de conquista, del infierno, del valle de sombra de muerte… ¡Dios Todopoderoso nos ha ganado, a este grupo de personas! ¡Ha triunfado sobre Satanás y ha derrotado a multitudes de Sus enemigos!

Somos solo un grupo demasiado ordinario de personas poseídas por un carácter satánico corrupto; somos los predestinados por Dios antes de las eras y los necesitados a quienes Dios ha sacado del muladar. Una vez rechazamos y condenamos a Dios, pero ahora Él nos ha conquistado. Hemos recibido de Dios la vida, el camino de la vida eterna. Dondequiera que estemos en la tierra, sean cuales sean las persecuciones y tribulaciones que soportemos, no podemos alejarnos de la salvación de Dios Todopoderoso. ¡Porque Él es nuestro Creador y nuestra única redención!

El amor de Dios se extiende como el agua de una fuente, y se te da a ti y a mí y a otros, y a todos los que verdaderamente buscan la verdad y esperan la aparición de Dios.

Así como la luna sigue al sol en una interminable alternancia, la obra de Dios nunca cesa, y se lleva a cabo en ti, en mí, en otros y en todos los que siguen las huellas de Dios y aceptan Su juicio y castigo.

Expresado el 23 de marzo de 2010

Extracto de “La Palabra manifestada en carne”

Si dentro de nuestra creencia simplemente nos mantenemos fieles a los textos y normas de la Biblia y no buscamos el camino de la compatibilidad con Cristo, ¿podemos recibir la vida eterna?


Muchos creyentes en Dios creen que la Biblia representa a Dios, que creer en Dios es creer en la Biblia y que pueden recibir la vida eterna si se mantienen fieles a la Biblia. Sin embargo, el Señor Jesús dijo: “Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:39-40). ¿Cuál es el verdadero significado de estas palabras pronunciadas por el Señor Jesús? Si nos mantenemos fieles sólo a la Biblia y no buscamos el camino de la compatibilidad con Cristo, ¿podemos recibir la vida eterna?

Versículos bíblicos como referencia

“Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:39-40).

“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6).

Las palabras relevantes de Dios

Muchas personas creen que entender y ser capaz de interpretar la Biblia es lo mismo que encontrar el camino verdadero, pero, de hecho, ¿son las cosas realmente tan simples? Nadie conoce la realidad de la Biblia: que no es nada más que un registro histórico de la obra de Dios, y un testimonio de las dos etapas anteriores de la misma, y que no te ofrece un entendimiento de los objetivos de la obra de Dios. Todo aquel que ha leído la Biblia sabe que documenta las dos etapas de la obra de Dios durante la Era de la Ley y la Era de la Gracia. El Antiguo Testamento registra la historia de Israel y la obra de Jehová desde la época de la creación hasta el final de la Era de la Ley. El Nuevo Testamento registra la obra de Jesús en la tierra, que se encuentra en los Cuatro Evangelios, así como la obra de Pablo. ¿No son, estos, registros históricos? Mencionar hoy las cosas del pasado las convierte en historia, y no importa cuán verdaderas o reales puedan ser, siguen siendo historia, y la historia no puede ocuparse del presente, ¡porque Dios no mira atrás en la historia! Así pues, si sólo entiendes la Biblia y no entiendes nada de la obra que Dios pretende hacer hoy, y, si crees en Dios, pero no buscas la obra del Espíritu Santo, entonces no entiendes lo que significa buscar a Dios. Si lees la Biblia con el fin de estudiar la historia de Israel, de investigar la historia de la creación de todos los cielos y la tierra por parte de Dios, entonces no crees en Dios. Pero hoy, como crees en Él y buscas la vida, como persigues el conocimiento de Dios y no letras y doctrinas muertas ni un entendimiento de la historia, debes buscar la voluntad de Dios de hoy, así como la dirección de la obra del Espíritu Santo. Si fueras arqueólogo podrías leer la Biblia, pero no lo eres. Eres uno de esos que creen en Dios, y más te vale buscar Su voluntad de hoy.

Extracto de “Relativo a la Biblia (4)”

Aunque la Biblia reúne algunos de los libros de las palabras de vida, como las epístolas de Pablo y de Pedro, y, aunque estos libros pueden proveer a las personas y ayudarles, los mismos siguen siendo obsoletos, siguen perteneciendo a la era antigua, y por muy buenos que sean, sólo son apropiados para un período, y no son eternos. Y es que la obra de Dios siempre está desarrollándose, y no puede simplemente detenerse en la época de Pablo y Pedro, o permanecer siempre en la Era de la Gracia en la que Jesús fue crucificado. Por tanto, estos libros sólo son apropiados para la Era de la Gracia, no para la Era del Reino de los últimos días. Sólo pueden proveer para los creyentes de la Era de la Gracia, no para los santos de la Era del Reino, y, por muy buenos que sean, siguen siendo obsoletos. Ocurre lo mismo con la obra de creación de Jehová o Su obra en Israel: por muy grande que fuera, llegaría a estar obsoleta, y llegaría el tiempo en el que esto pasaría. La obra de Dios también es igual: es grande, pero llegará un momento en el que termine; no siempre puede permanecer en medio de la obra de la creación ni entre la de la crucifixión. No importa cuán convincente fue la obra de la crucifixión ni lo efectiva que fue para derrotar a Satanás; la obra sigue siendo, después de todo, obra, y las eras siguen siendo, después de todo, eras. La obra no siempre puede permanecer sobre la misma base ni los tiempos pueden permanecer inmutables, porque existió la creación y también existirán los últimos días. ¡Es inevitable! Por consiguiente, las palabras de vida del Nuevo Testamento —las epístolas de los apóstoles y los Cuatro Evangelios— han pasado a ser hoy libros históricos, viejos almanaques, y ¿cómo podrían los viejos almanaques llevar a las personas a la nueva era? Independientemente de lo capaces que sean estos almanaques de proveer vida a las personas y de llevarlas a la cruz, ¿acaso no están obsoletos? ¿No están desprovistos de valor? Por tanto, digo que no deberías creer ciegamente en estos almanaques. Son demasiado antiguos, no pueden llevarte a la nueva obra y sólo pueden ser una carga para ti. No sólo no pueden llevarte a la nueva obra y a una nueva entrada, sino que te conducen a viejas iglesias religiosas; si así fuera, ¿no estarías retrocediendo en tu creencia en Dios?

Extracto de “Relativo a la Biblia (4)”

El Cristo de los últimos días trae la vida y el camino de la verdad, duradero y eterno. Esta verdad es el camino por el que el hombre obtendrá la vida, y el único camino por el cual el hombre conocerá a Dios y por el que Dios lo aprobará. Si no buscas el camino de la vida que el Cristo de los últimos días provee, entonces nunca obtendrás la aprobación de Jesús y nunca estarás cualificado para entrar por la puerta del reino de los cielos, porque tú eres tanto un títere como un prisionero de la historia. Aquellos que son controlados por los reglamentos, las letras y están encadenados por la historia, nunca podrán obtener la vida ni el camino perpetuo de la vida. Esto es porque todo lo que tienen es agua turbia que ha estado estancada por miles de años, en vez del agua de la vida que fluye desde el trono. Aquellos que no reciben el agua de la vida siempre seguirán siendo cadáveres, juguetes de Satanás e hijos del infierno. ¿Cómo pueden, entonces, contemplar a Dios? Si sólo tratas de aferrarte al pasado, si sólo tratas de mantener las cosas como están quedándote quieto, y no tratas de cambiar el estado actual y descartar la historia, entonces, ¿no estarás siempre en contra de Dios? Los pasos de la obra de Dios son vastos y poderosos, como olas agitadas y fuertes truenos, pero te sientas y pasivamente esperas la destrucción, apegándote a tu locura y sin hacer nada. De esta manera, ¿cómo puedes ser considerado alguien que sigue los pasos del Cordero? ¿Cómo puedes justificar al Dios al que te aferras como un Dios que siempre es nuevo y nunca viejo? ¿Y cómo pueden las palabras de tus libros amarillentos llevarte a una nueva era? ¿Cómo pueden llevarte a buscar los pasos de la obra de Dios? ¿Y cómo pueden llevarte al cielo? Lo que sostienes en tus manos es la letra que solo puede darte consuelo temporal, no las verdades que pueden darte la vida. Las escrituras que lees solo pueden enriquecer tu lengua y no son palabras de sabiduría que te ayudan a conocer la vida humana, y menos aún los senderos que te pueden llevar a la perfección. Esta discrepancia, ¿no te lleva a reflexionar? ¿No te hace entender los misterios que contiene? ¿Eres capaz de entregarte tú mismo al cielo para encontrarte con Dios? Sin la venida de Dios, ¿te puedes llevar tú mismo al cielo para gozar de la felicidad familiar con Dios? ¿Todavía sigues soñando? Sugiero entonces que dejes de soñar y observes quién está obrando ahora, quién está llevando a cabo ahora la obra de salvar al hombre durante los últimos días. Si no lo haces, nunca obtendrás la verdad y nunca obtendrás la vida.

Extracto de “Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna”

Deberías buscar el camino de la compatibilidad con Cristo

(Un capítulo selecto de la Palabra de Dios)

He obrado mucho entre los hombres y durante este tiempo también he expresado muchas palabras. Estas palabras son todas por el bien de la salvación del hombre y se expresaron para que el hombre pudiera ser compatible conmigo. Sin embargo, sólo he ganado a unas cuantas personas en la tierra que son compatibles conmigo y por eso digo que el hombre no atesora Mis palabras, porque no es compatible conmigo. De esta manera, la obra que Yo hago no es solo para que el hombre pueda adorarme; más importante aún, es para que pueda ser compatible conmigo. El hombre ha sido corrompido y vive en la trampa de Satanás. Toda la gente vive en la carne, en los deseos egoístas y ni una sola entre ellas es compatible conmigo. Están las que dicen que son compatibles conmigo, pero adoran ídolos vagos. Aunque reconocen que Mi nombre es santo, se embarcan en un camino que va en sentido contrario a Mí y sus palabras están llenas de arrogancia y autoconfianza. Esto se debe a que, en la raíz, todos están en contra de Mí y son incompatibles conmigo. Todos los días buscan rastros de Mí en la Biblia y encuentran al azar pasajes “adecuados” que leen sin cesar y que recitan como las escrituras. No saben cómo ser compatibles conmigo, ni qué significa estar contra Mí. Solo leen las escrituras a ciegas. Confinan dentro de la Biblia a un Dios vago al que nunca han visto y al que son incapaces de ver y lo sacan para mirarlo cuando les place. Creen en Mi existencia solo dentro del alcance de la Biblia y me equiparan con ella; sin la Biblia Yo no existo y sin Mí no existe la Biblia. No prestan atención a Mi existencia o acciones, sino que dedican una atención extrema y especial a todas y a cada una de las palabras de las Escrituras. Muchas más incluso creen que Yo no debería hacer nada que quisiera a menos que las Escrituras lo predijeran. Le atribuyen demasiada importancia a las Escrituras. Se puede decir que ven las palabras y expresiones como demasiado importantes, hasta el punto de que usan versículos de la Biblia para medir cada palabra que digo y para condenarme. Lo que buscan no es el camino de la compatibilidad conmigo, o el camino de la compatibilidad con la verdad, sino el camino de la compatibilidad con las palabras de la Biblia, y creen que cualquier cosa que no se ciña a la Biblia, sin excepción, no es Mi obra. ¿No son esas personas los descendientes sumisos de los fariseos? Los fariseos judíos usaron la ley de Moisés para condenar a Jesús. No buscaron la compatibilidad con el Jesús de esa época, sino que diligentemente siguieron la ley al pie de la letra, hasta el grado de que, después de haberlo acusado de no seguir la ley del Antiguo Testamento y de no ser el Mesías, al final crucificaron al inocente Jesús. ¿Cuál era su sustancia? ¿No era que no buscaban el camino de la compatibilidad con la verdad? Se obsesionaron con todas y cada una de las palabras de las Escrituras mientras que no prestaron atención a Mi voluntad ni a los pasos ni métodos de Mi obra. No eran personas que buscaran la verdad, sino que se aferraban a las palabras; no eran personas que creyeran en Dios, sino que creían en la Biblia. En esencia, eran los guardianes de la Biblia. Con el fin de salvaguardar los intereses de la Biblia, de sostener la dignidad de la Biblia y de proteger la reputación de la Biblia, llegaron tan lejos que crucificaron al misericordioso Jesús. Lo hicieron solamente en aras de defender la Biblia y por el bien de mantener el estatus de todas y cada una de las palabras de la Biblia en los corazones de las personas. Así que prefirieron abandonar su futuro y la ofrenda por el pecado para condenar a muerte a Jesús, que no se conformaba a la doctrina de las Escrituras. ¿No fueron todos lacayos de todas y cada una de las palabras de las Escrituras?

¿Y qué pasa hoy con las personas? Cristo ha llegado para liberar la verdad, pero preferirían expulsarlo de este mundo para poder entrar al cielo y recibir la gracia. Preferirían negar por completo la venida de la verdad con el fin de salvaguardar los intereses de la Biblia, y preferirían volver a crucificar al Cristo encarnado de nuevo con el fin de asegurar la existencia eterna de la Biblia. ¿Cómo puede el hombre recibir Mi salvación cuando su corazón es tan malvado y su naturaleza tan opuesta a Mí? Vivo entre los hombres, pero el hombre no sabe de Mi existencia. Cuando hago brillar Mi luz sobre el hombre, todavía sigue ignorando Mi existencia. Cuando desato Mi ira sobre el hombre, niega Mi existencia aun con mayor fuerza. El hombre busca la compatibilidad con las palabras y con la Biblia, pero ni una sola persona viene ante Mí para buscar el camino de la compatibilidad con la verdad. El hombre dirige su mirada hacia Mí en el cielo y dedica un interés especial a Mi existencia en el cielo, pero nadie se preocupa por Mí en la carne, porque Yo, que vivo entre los hombres, soy demasiado insignificante. Los que sólo buscan la compatibilidad con las palabras de la Biblia, y que sólo buscan la compatibilidad con un Dios impreciso, son un espectáculo deplorable para Mí. Esto se debe a que lo que ellos adoran son palabras muertas y un Dios que es capaz de darles tesoros incalculables. Lo que ellos adoran es un Dios que se pondría a merced del hombre, un Dios que no existe. ¿Entonces qué pueden obtener tales personas de Mí? La bajeza del hombre es sencillamente indescriptible. Los que están en Mi contra, que me hacen incesantes demandas, que no tienen amor por la verdad, que se rebelan contra Mí, ¿cómo podrían ser compatibles conmigo?

Los que están en Mi contra no son compatibles conmigo. Tampoco lo son los que no aman la verdad. Los que se rebelan contra Mí todavía están más en Mi contra y son aun más incompatibles conmigo. Todos los que no son compatibles conmigo los entrego a manos del maligno y a la corrupción del maligno, les doy rienda suelta para que pongan de manifiesto su maleficencia y por último se los entrego al maligno para que los devore. No me importa cuántos me adoren, es decir, no me importa cuánta gente crea en Mí. Todo lo que me importa es cuántos son compatibles conmigo. Esto se debe a que todos los que no son compatibles conmigo son los malvados que me traicionan; son Mis enemigos y no voy a “consagrar” a Mis enemigos en Mi casa. Los que son compatibles conmigo me servirán para siempre en Mi casa y los que van en Mi contra para siempre sufrirán Mi castigo. A los que solo se preocupan por las palabras de la Biblia y no les interesa la verdad ni buscan Mis pasos, están contra Mí, porque me limitan de acuerdo con la Biblia y me confinan dentro de la Biblia, y por eso blasfeman en extremo contra Mí. ¿Cómo podrían esas personas venir ante Mí? No prestan atención a Mis hechos o a Mi voluntad ni a la verdad, sino que se obsesionan con las palabras, palabras que matan. ¿Cómo pueden esas personas ser compatibles conmigo?

He expresado tantas palabras y también he expresado Mi voluntad y Mi carácter, pero aun así, las personas todavía son incapaces de conocerme y de creer en Mí. O se podría decir que las personas todavía son incapaces de obedecerme. Los que viven en la Biblia, los que viven en medio de la ley, los que viven en la cruz, los que viven de acuerdo con las doctrinas, los que viven entre la obra que Yo hago en la actualidad, ¿cuál de ellos es compatible conmigo? Solo pensáis en recibir bendiciones y recompensas, pero nunca habéis pensado en cómo ser realmente compatibles conmigo, o cómo evitar estar en contra de Mí. Estoy tan decepcionado de vosotros porque os he dado tanto, pero he obtenido tan poco de vosotros. Vuestro engaño, vuestra arrogancia, vuestra codicia, vuestros deseos extravagantes, vuestra traición, vuestra desobediencia, ¿qué de esto podría escapar a Mi vista? Sois descuidados conmigo, jugáis conmigo, me insultáis, me aduláis, me exigís y me chantajeáis con sacrificios, ¿cómo podría tal maleficencia eludir Mi castigo? Todas estas fechorías son prueba de vuestra enemistad contra Mí y de vuestra incompatibilidad conmigo. Cada uno de vosotros creéis ser tan compatibles conmigo, pero, si fuese así, ¿a quién se aplicaría esa evidencia irrefutable? Creéis que poseéis la máxima sinceridad y lealtad hacia Mí. Pensáis que sois tan bondadosos, tan compasivos y que me habéis dedicado tanto. Pensáis que habéis hecho más que suficiente por Mí, ¿pero habéis alguna vez comparado esas creencias con vuestras acciones? Digo que sois bastante arrogantes, bastante codiciosos, bastante negligentes; los trucos con los que me engañáis son bastante ingeniosos y tenéis bastantes intenciones despreciables y métodos despreciables. Vuestra lealtad es demasiado pobre, vuestra sinceridad es demasiado miserable y vuestra conciencia es aún más deficiente. Hay demasiada malicia en vuestros corazones y nadie se libra de ella, ni siquiera Yo. Me cerráis la puerta por el bien de vuestros hijos, de vuestros maridos o de vuestra propia protección. En vez de preocuparos por Mí, os preocupáis por vuestra familia, vuestros hijos, vuestro estatus, vuestro futuro y vuestra propia satisfacción. ¿Cuándo habéis pensado en Mí mientras hablabais o actuabais? En los días helados, vuestros pensamientos están ocupados por vuestros hijos, vuestros maridos, vuestras esposas o vuestros padres. En los días de bochorno, tampoco tengo lugar en vuestros pensamientos. Cuando desempeñas tu deber, estás pensando en tus propios intereses, en tu propia seguridad personal o los miembros de tu familia. ¿Qué has hecho que fuera para Mí? ¿Cuándo has pensado en Mí? ¿Cuándo te has dedicado, a cualquier costo, a Mí y Mi obra? ¿Dónde está la evidencia de tu compatibilidad conmigo? ¿Dónde está la realidad de tu lealtad hacia Mí? ¿Dónde está la realidad de tu obediencia a Mí? ¿Cuándo no ha sido tu intención la de obtener Mis bendiciones? Os burláis de Mí y me engañáis, jugáis con la verdad, escondéis la existencia de la verdad y traicionáis la esencia de la verdad. ¿Qué os espera en el futuro al ir en contra de Mí de esta manera? Solo buscáis la compatibilidad con un Dios impreciso y solo buscáis una creencia vaga, pero no sois compatibles con Cristo. ¿Vuestra maleficencia no recibirá la misma retribución que la que merecen los malvados? En aquel momento, os daréis cuenta de que nadie que no sea compatible con Cristo puede escapar del día de la ira, y descubriréis qué clase de retribución vendrá sobre los que están en contra de Cristo. Cuando ese día llegue, vuestros sueños de ser bendecidos por vuestra creencia en Dios y de poder entrar en el cielo, se harán añicos. Sin embargo, no será así para los que son compatibles con Cristo. Aunque han perdido mucho, aunque han sufrido muchas dificultades, recibirán toda la herencia que Yo le dejo a la humanidad. Finalmente, entenderéis que solo Yo soy el Dios justo y que solo Yo soy capaz de llevar a la humanidad a su hermoso destino.

Para conocer más: Que es la vida eterna

Las escrituras tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation usado con permiso. www.LBLA.com.

Fuente: Iglesia de Dios Todopoderoso