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Evangelio diario | Dios mismo, el único (II) El carácter justo de Dios (Parte1)



La palabra de Dios Todopoderoso dice :

Una humanidad se había vuelto corrupta hasta el extremo. No conocía a Dios ni de dónde había venido. Si tú mencionabas a Dios, estas personas te atacarían, difamarían y blasfemarían. Incluso cuando los siervos de Dios habían venido a difundir Su advertencia, estas personas corruptas no sólo no mostraron signos de arrepentimiento; no abandonaron su conducta malvada. Al contrario, hicieron daño descaradamente a los siervos de Dios. Lo que expresaron y revelaron fue su naturaleza y esencia de extrema enemistad hacia Dios. Se puede ver que la resistencia contra Dios de estas personas corruptas era más que una revelación de su carácter corrupto, del mismo modo que era más que un ejemplo de difamación o burla que brotaba de una falta de entendimiento de la verdad. Ni la estupidez ni la ignorancia causaron su conducta malvada; no fue porque estas personas hubiesen sido engañadas, y sin duda no fue porque hubiesen sido confundidas. Su conducta había alcanzado el nivel del antagonismo flagrantemente descarado, la oposición y el clamor contra Dios. Sin duda, este tipo de conducta humana enfurecería a Dios, y enfurecería Su carácter —un carácter que no debe ser ofendido—. Por tanto, Dios desató directamente y abiertamente Su ira y Su majestad; esta es una verdadera revelación de Su carácter justo. Frente a una ciudad que desbordaba pecado, Dios deseaba destruirla de la manera más rápida posible; deseaba erradicar al pueblo en ella y la totalidad de sus pecados de la forma más completa, hacer que los habitantes de esta ciudad dejasen de existir y que el pecado no se multiplicase más en ese lugar. La forma más rápida y completa de hacerlo era quemarla con fuego. La actitud de Dios hacia el pueblo de Sodoma no fue una de abandono o desconsideración; en su lugar, Él usó Su ira, majestad y autoridad para castigar, golpear y destruir totalmente a estas personas. Su actitud hacia ellos no fue sólo una de destrucción física sino también de destrucción del alma, una erradicación eterna. Esta es la verdadera implicación del deseo de Dios de que ellos “dejasen de existir”.