Zhang Min, Pekín
6 de agosto de 2012
El 21 de julio de 2012 comenzó a llover con mucha fuerza durante la mañana. Hacia la tarde, cuando se suponía que debía ir a una reunión, vi que llovía con tanta fuerza que no tenía ganas de ir. Como era tan sólo una vez a la semana, si no iba no tenía forma de hacer mi obra en la iglesia. Pasara lo que pasara afuera, debía ir a compartir con ellos. Al pensar en ello, me apresuré a ir a la reunión. Pasadas las cuatro de la tarde, el hermano del lugar de reunión volvió corriendo y dijo: “Todavía seguís aquí en la reunión, marchaos a vuestras casas, está cayendo mucha agua”. Miré hacia fuera y vi que estaba cayendo mucha agua, el río se había desbordado y corría con fuerza y altura. Nunca había visto tal cantidad de agua, no tenía forma de regresar a mi casa. (Vivía a unos 300 metros de las afueras del pueblo). Estaba muy ansiosa. No podía hacer nada, tuve que volver al lugar de reunión porque estaba en alto y era más seguro. Al rato, escuché un clamor de voces que venía de fuera. Salí a mirar, eran los niños y los adultos de mi pueblo que se abrían camino con sogas y palos. Corrí a preguntarles cómo estaba mi casa, y alguien me dijo que no había sido arrastrada, pero que el agua estaba alta en la pared del patio. Pensé: todas las cosas están en las manos de Dios. Aún si la casa es arrastrada, hay un buen propósito de Dios en ello.
Al amanecer del día siguiente, regresé a mi casa junto con otros vecinos. Mientras recorríamos el pueblo, todos observábamos estupefactos. El agua de lluvia había dejado una senda de caos en todo el pueblo, no podíamos creerlo. Pero lo que más me sorprendió fue lo siguiente: en nuestro pueblo sólo había dieciocho casas, solamente cuatro se encontraban en la parte más baja, y la mía era la más peligrosa. Si el agua de los barrancos corría hacia abajo, se acumularía detrás de mi casa, y podría arrastrarla en cualquier momento. Nunca había imaginado que el torrente de agua pasaría justo al lado de mi casa, y me quedé aún más sorprendida cuando entré al patio. La arena y el lodo que bajaban del patio de la casa de más arriba iban por una zanja por afuera de la pared del patio hacia la casa frente a la mía, con lo que mi casa quedó a salvo. Aunque había una pequeña represa amontonada detrás de mi casa, las rocas eran muy pequeñas, pero no habían sido arrastradas por la inundación. En cambio, aquellas casas consideradas generalmente más sólidas y seguras, perdieron las paredes de los patios por la fuerza del agua, habían acabado cubiertas de arena o algunas estaban llenas de agua. De dieciocho hogares, sólo cinco se salvaron del desastre, todas las demás casas habían quedado deformadas por el desastre. Al ver esta escena, se me aceleró el corazón. No sabía cómo expresar mis emociones. Pero después de mi nerviosismo, comencé a odiar la manera en que siempre había herido el corazón de Dios, me había rebelado contra Él y había resistido a Él tanto. Realmente no merecía esta bondad, esta protección que Dios me dio.
Sólo cuando experimenté esta escalofriante inundación, sentí por completo el significado de las palabras de Dios: “sin el cuidado, custodia y provisión de Dios, el hombre no puede recibir todo lo que estaba destinado a recibir, no importa qué tan grande sea el esfuerzo o la lucha” (‘Dios es la fuente de la vida del hombre’ en “La Palabra manifestada en carne”). “el hombre puede hacer mil o diez mil planes, pero, al final, no pueden escapar de la palma de Mi mano. Mis manos administran todas las cosas,” (La Palabra manifestada en carne). El hecho de que la palabra de Dios le promete a las personas que Dios guarda y protege, que lo gobierna todo, nunca volverá a ser tan sólo una frase para mí. En medio del desastre, fui profundamente iluminada. Experimenté que si ponemos nuestro futuro y nuestro destino en las manos de Dios, sin preparar planes ni alternativas para nosotros mismos, sino que de todo corazón buscamos la verdad y satisfacemos a Dios, entonces sin importar cuál sea la situación, Él nos va a favorecer, a proteger y a ayudar a superar toda crisis. Porque Dios es justo con todas las personas.
Fuente del artículo: Iglesia de Dios Todopoderoso
Suele decirse que "las tormentas vienen sin avisar y la desgracia acontece de un día para otro". En esta era de rápida expansión de la ciencia, el transporte moderno y la riqueza material, cada día suceden más desastres a nuestro alrededor. Al abrir el periódico o encender la TV, sobre todo vemos guerras, terremotos, tsunamis, huracanes, incendios, inundaciones, accidentes aéreos, desastres mineros, agitación social, conflictos violentos, atentados terroristas, etc. No vemos más que calamidades naturales y desastres provocados por el hombre. Dichos desastres ocurren con frecuencia y cada vez son más intensos. La embestida de los desastres acarrea sufrimiento, sangre, mutilaciones y muerte. Siempre hay desgracias a nuestro alrededor que hacen notar la brevedad y fragilidad de la vida. No podemos predecir qué tipo de desastres afrontaremos en el futuro, ni tampoco sabemos cómo deberíamos actuar. Como integrantes de la humanidad, ¿qué debemos hacer para librarnos de estos desastres? Haga clic en Messenger para discutir con nosotros.
WhatsApp: +34-663-435-098
No hay comentarios:
Publicar un comentario